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ÁGORA DE FILOSOFÍA

Me pareció ver un lindo neandertalito

Me pareció ver un lindo neandertalito

 

No soy de los que creen que una imagen vale más que mil palabras, pero si me preguntaran por la imagen del año (2008), salvo que entremos en contacto con seres  extraterrestres y estos tengan el aspecto de Sharon Stone, la imagen de año me la encontré en la portada del País Semanal del domingo 13 de abril. Una cosa es preguntarnos si seriamos capaces de reconocer a un neandertal vestido con un traje en el metro de NY, y otra cosa muy distinta es levantarse una mañana de domingo, ir a comprar la prensa y toparse directamente con la imagen de un neandertalito en la portada de una revista.

El excelente trabajo  de recreación de la imagen de un niño neandertal se debe a la artista francesa Elisabeth Daynés, y hay que decir que no se trata de una simple ficción o de una recreación más o menos afortunada del aspecto de un neandertal, se trata del resultado de un proceso de investigación a través del vaciado del cráneo de un niño y en el que han colaborado científicos y conocidos expertos sobre la materia. El resultado, amén de ser técnicamente impactante por su perfección, es la puerta a toda una serie de preguntas que se van planteando en el reportaje firmado por Malén Aznárez.

La imagen puede verse en la versión digitalizada del periódico, pero es en la portada del semanario donde se puede apreciar toda su carga emotiva y científica. Es colocando la reconstrucción del niño neandertal en un contexto natural cuando nos podemos hacer una idea de su propia realidad y por consiguiente a la nuestra. La portada muestra no sólo el resultado del trabajo, nos muestra sobre todo a un sujeto arrojado a su propio mundo (estoy intentando evitar el lenguaje propio de un filósofo? alemán con el que no me encuentro especialmente cómodo) Un sujeto enfrentado a un mundo  y en conflicto con él, al que no pudo sobrevivir, y que inevitablemente nos lleva a cuestionar nuestro papel y la importancia de nuestros actos en este mundo actual.

Efectivamente, si algo nos diferencia de otros animales es que nosotros somos consumidores de historias, y la historia de los neandertales es una de mis  favoritas, no sólo porque podamos plantearnos cuestiones sobre aquellos seres humanos con los que compartimos nada menos que 10.000 años de existencia, sino porque indagar en la historia de los neandertales es indagar en nuestra propia historia evolutiva.

Los nuevos descubrimientos y las investigaciones que se están realizando –y España también juega en la NBA de la antropología con equipo propio–  nos obligan a replantearnos el modelo tradicional al uso que se tiene de los neandertales. Ahora sabemos, gracias a los genes MCR1 y FOXP2  que eran pelirrojos y que tendrían capacidades lingüísticas; pero además, podemos volver a aquellos enigmas –si se quiere, en el sentido más khuniano del término– que siempre han estado presentes en esta disciplina científica. Cómo eran físicamente los neandertales, qué tipo de vida tenían, qué tecnología eran capaces de desarrollar, cuáles fueron las causas de su extinción y si hubo algo más que un cruce de miradas entre neandertales y sapiens.

Haciendo una vez más bueno el aserto de que los límites del lenguaje son los límites del mundo, una buena manera de aproximarnos al modo de vida neandertal es preguntarnos por sus cualidades lingüísticas y, a partir de estas, inferir  sus capacidades cognitivas y su modo de vida. Para el investigador  Pedro Martín-Loeches, autor de La mente del homo sapiens, el lenguaje requiere una memoria operativa de gran capacidad, algo de lo que carecerían en principio los neandertales. De sus problemas con la memoria operativa se puede inferir  que debían de tener poca capacidad creativa y dificultades para planificar y anticipar acontecimientos, por lo que infiere nuestro investigador, a mi parecer de una forma un tanto osada, que tenían que ser seres muy valientes.

Valientes o insensatos, el caso es que no les fue muy bien o, si se quiere ver desde otro punto de vista, que con el bagaje que tenían les fue bien durante demasiado tiempo. Así de nuevo surge la pregunta ¿por qué se extinguieron? o ¿Por qué, con la que se les vino encima, no se extinguieron antes? No existe una respuesta simple ante un problema tan complejo, y al parecer lo más prudente es afirmar que no existió un único factor que fuese causante de su desaparición, sino más bien un cúmulo de factores unido a dosis masivas de mala suerte cósmica derivadas de una aplicación temprana de ese principio que nos dice que si una cosa puede ir mal, irá mal o en otra versión, que si algo puede empeorar, empeorará. Así que una serie de desdichadas circunstancias como un cambio climático, en el que parece ser los neandertales no tuvieron nada que ver, y una población muy fragmentada y por lo tanto con poco flujo de genes  contribuyeron decisivamente a su desaparición. La lección está clara: en la migración está la salvación, aunque esta por sí sola no es suficiente.

La integración de los neandertales se vio dificultada, nos dice Arsuaga, por su escasa capacidad simbólica. Los problemas para el procesamiento de información simbólica impidieron probablemente la formación de comunidades que fuesen más allá de las simples relaciones biológicas, sin llegar a establecer comunidades basadas en creencias y alianzas que hubiesen favorecido el flujo de información necesaria para adatarse a un mundo que estaba experimentando cambios tan sustanciales.

El estudio de la vida de los neandertales en sí mismo es interesante, pero se vuelve apasionante cuando somos capaces de pensar que su forma de vida puede ayudarnos a comprenderla  nuestra y a ser conscientes de que el hombre dejó hace mucho tiempo de ser el centro “de la creación”.

 

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